Esta vez la aventura fue originada por la necesidad de visitar a un familiar lejano. Tomamos camino por tierra a unos 240 kilómetros de distancia. Para algún extranjero esto podría significar unas tres horas de camino, pero en mi país, con las carreteras descuidadas, esto significa de 6 a 7 horas en el vehículo.
Empezamos la ruta a buena hora, antes de las 5 AM del sábado para llegar temprano a la casa de nuestra familia y poder pasar con ellos el resto del día y la mañana del siguiente día. Esto para salir a buena hora del domingo y estar antes del anochecer en casa, es tiempo de lluvias y estar en el camino con lluvia y de noche puede ser peligroso.
El viaje empezó lo mejor posible, el pronóstico del clima dice que no lloverá en el camino y avanzamos cumpliendo con el recorrido planeado. Más adelante encontramos un pequeño derrumbe que pudo haber ocasionado un problema si hubiera sucedido mientras nosotros cruzábamos por el lugar, pero por fortuna sucedió antes y solo quedaron las piedras en el camino. Un poco adelante nos encontramos con el equipo que se aproximaba hacia la carretera para limpiar el incidente. Las piedras son de tamaño considerable y bloquean una de las vías de la carretera.
También encontramos un tramo del camino en reparación, por fortuna llegamos en el momento que no significó tráfico y pasamos por ese tramo sin retrasarnos. Luego pasamos por una parte del camino que no está en reparación pero las condiciones de este son lamentables. Esperábamos encontrarnos con este tramo pero nadie pensó en lo mal que se encontraría. Los agujeros no eran aptos para transitar con el vehículo liviano en el que nos conducimos. Afortunadamente el tramo fue corto y pronto nos encontramos de nuevo en una carretera en mejores condiciones.
Sabíamos que el viaje sería largo y cansado, pero no contábamos con ese tramo tan malo de camino y con una cantidad exagerada de reductores de velocidad (Topes) fue realmente agotador pasar tantos y tan variados. Algunos muy altos, otros muy largos, otros en malas condiciones. Ya a las 9 de la mañana un imprevisto botó todos nuestros pronósticos de llegada. El vehículo presentó una avería por la mala carretera por donde íbamos. Ya a solo hora y media que nos hacía falta para llegar a nuestro destino todo parece desbaratarse.
Por fortuna el lugar donde el vehículo se detuvo estaba poblado, antes habíamos pasado un buen tramo por las montañas donde no había poblados cerca, pero aquí nos quedamos en medio de una pequeña aldea y cerca de un pueblo mayor donde seguramente encontraríamos un mecánico. Así fue, emprendimos camino al pueblo mayor en búsqueda de un mecánico que pudiera socorrernos. Los primeros dos están ocupados y nuestras esperanzas empiezan a disminuir con cada uno que nos dice que no puede ayudarnos. Pero el tercero nos dice que con gusto nos ayuda, solo que le permitamos desayunar y con gusto va hasta donde está nuestro vehículo varado (4 km aproximadamente). Lo esperamos y pronto llega con nosotros.
Efectúa el diagnóstico y es necesario comprar un repuesto, pero por lo lejano de la ciudad es probable que el repuesto no se encuentre y por ser sábado sería imposible tenerlo listo donde lo necesitamos. Nos regresa el aliento cuando, después de muchas llamadas, encontramos una venta de repuestos donde lo tenían. Por estar en ese lugar no sabíamos cómo hacer para que el repuesto llegará hasta nosotros, el regresar a buscarlo podría dificultar la operación. Pero gracias al mecánico, quien movió sus influencias y nos hizo llegar el repuesto a tiempo.
Claro que esto demoró algunas horas, en lo que desarmaba la parte donde debía trabajar, mientras efectuamos el pago del repuesto y el proveedor lo enviaba hasta donde estábamos, lo cual era bastante lejano. También debía armarlo nuevamente y dejarlo como si nada hubiera pasado.
Mientras esperábamos se acercaron muchas personas que transitaban por el lugar para ofrecernos su ayuda. Nos ofrecían la ayuda de un amigo mecánico por si el nuestro no nos cumplía. Nos ofrecían caminar a un lugar cercano para refrescarnos mientras esperamos la reparación. Nos ofrecían sillas para sentarnos y esperar o simplemente preguntaban por la situación y si todo estaba controlado. Nos sorprendió de manera grata la empatía de las personas de este lugar. En muchos lugares no son tan amigables o simplemente ignoran el dolor ajeno, pero aquí cada una de las personas parecen tan amables como si estuvieran en nuestra situación y quisieran sinceramente aportar a nuestro bienestar.
Almorzamos en un pequeño restaurante que estaba frente a nuestro vehículo averiado. La persona que atendía el lugar fue tan amable y fue tanta la ayuda que nos brindó que al irnos la consideramos una amiga más. Compartimos algunas horas aquí y siempre con buena conversación.
Por fín el vehículo está listo y podemos continuar con el recorrido. Subimos y bajamos montañas, cruzamos ríos, atravesamos pueblos pintorescos, y trece horas después de haber salido de nuestro hogar, llegamos a nuestro destino. No era lo que habíamos planeado, pero estos imprevistos son parte de la aventura, de una historia más para contar. Ahora conocemos mejor ese lugar de gente amable, ahora podré decir que en mi experiencia esa pequeña aldea tiene a la gente más amable que conozco.
Al siguiente día me propuse contar los reductores de velocidad, 138 en un tramo de 124 kilómetros, uno cada 900 metros, desgastante. Durante el camino no llovió y regresamos antes del tiempo planeado. Esta vez el plan funcionó, cuando el día anterior la avería estropeó el plan, pero nos dio nuevas experiencias, nuevas amistades y una aventura más que contar. Porque la aventura está ahí afuera, basta con salir un poco.